Era la hora de la cena, estaba muy estresada revisando unos documentos, tenían que estar listos, para mañana dejarlos en el área de investigación de delitos y cerrar otro caso. Mi padre entra a mi habitación y con una voz cálida me dice, « baja a comer mi amor », con un beso tierno en la mejilla, me sonrió, inmediatamente le devuelvo la sonrisa mientras se iba retirando. Echando un suspiro de cansancio, me decido a bajar a cenar con mis padres, mi madre me preguntaba por Martín, mi esposo, aún no llegaba del trabajo, imaginé que se había quedado nuevamente a cumplir horas extras.
Enciendo el televisor para poder distraerme un momento mientras cenaba, no había nada en ese horario que me interese, solo quedaba ver noticias, mientras platicaba con mis padres sobre los acontecimientos del día, nos llamó la atención lo que narraba la reportera, de inmediato en un accionar en conjunto los tres volteamos la mirada hacia el televisor, « ¡Una más! », dijo mi padre. Efectivamente, una muerte más, ya eran ocho las víctimas de feminicidio, todos bajamos la cabeza para seguir cenando mientras se prolongó un silencio, es ahí donde llega Martin, un tanto ofuscado, con la mirada perdida me da un beso en la cabeza mientras saludaba a mis padres, lo entendía, al igual que yo el estrés nos estaba matando. De inmediato se sentó a mi costado para cenar, miró el noticiero, de manera rápida agarró el control y cambio de canal a un partido de fútbol que ya se había emitido por la mañana, le pregunté, que tal le había ido en el trabajo, a lo que me respondió: «Mucha carga, me duele el cuello», mientras se lo frotaba deslizando por sus hombros, era entendible.
Nos sentamos en la sala, mis padres ya se habían ido a dormir, Martín estaba cerrando los ojos de a pocos, su sueño me contagiaba, en ese momento, mi celular empezó a vibrar, era mi compañero de trabajo, preguntándome si me había enterado de la noticia de la mujer asesinada, es lo que alcancé a leer en la notificación del mensaje, estaba muy cansada que me quedé dormida junto a Martín.
Al día siguiente, voy a la oficina para entregar expedientes ya revisados, me encuentro con el inspector Guzmán, preocupado por la situación de la seguidilla de víctimas, suelta un comentario de manera furiosa, «¡Carajo!, va a caer ese miserable» , sorprendiendo a todos los presentes, tan solo nos quedamos mirando unos a otros. De inmediato, un colega me llama, habían encontrado un cuerpo en estado de descomposición por unos cañaverales a las afueras de la ciudad, era de una mujer, no resultaba sorprendente, parecía que la persona que estaba detrás de estos asesinatos, no iba a descansar hasta desaparecer a cada mujer de la localidad, todo hacía parecer un crimen perfecto, mientras nosotros quedábamos en ridículo, la prensa que nos destrozaba en cada reportaje y el pueblo furioso preguntando por las autoridades, en lo personal, tenía una mezcla de emociones, trataba de ser fuerte pero mis lágrimas me delataban, mujeres desaparecidas para luego ser halladas muertas y mi trabajo manchado por cada acto delictivo que ganaba terreno.
Eran las cinco de la tarde, retorné a casa con un fortísimo dolor de cabeza, Martín aún en el trabajo, tan solo encontré a mi padre ayudando a mi madre a cambiar el foco de la cocina, los saludé dibujando una sonrisa para pasarme directamente a mi habitación, hacía frío, busqué una chamarra para abrigarme, mi ropa estaba un desorden mezclado con las prendas de Martín, al remover todo, me quedé atónita con lo que había encontrado, me resultaba extraño, el corazón se me aceleraba cada vez más, era un cuchillo envuelto en periódico arrugado, mis manos me temblaban, sudaban de lo nerviosa que estaba, trate de agarrar el arma blanca encontrando unos recortes de noticias de las mujeres asesinadas, hice caer el cuchillo, al mismo tiempo las lágrimas caían, ¡era Martín!, decía en voz baja, con el cuerpo temblando, el mundo se me derrumbó. Martin había llegado, bajé rápidamente, lo miré, me preguntó que tenía, en ese momento tenia dos opciones o quedarme callada o delatarlo, todo se me nubló, tan solo atiné a decirle, ¡lárgate!, ¡lárgate!, sin darle explicaciones, lo empujé hacia la calle para cerrarle la puerta, mis padres sorprendidos me lanzaban una pregunta tras otra sobre lo que acababa de suceder, los miré, pero no dije ni una sola palabra, solo subí a mi habitación a encerrarme.
Martin trataba de comunicarse conmigo, pero fue en vano, no le respondí ni mensajes ni llamadas. Habían pasado dos horas de llanto descontrolado, en ese momento llamé a Micaela, mi mejor amiga, para que pasara la noche conmigo, necesitaba de ella, de paso que me ayudaba a redactar algunos documentos que había olvidado producto de este caos, ella aceptó gustosa, antes que llegara tenia que esconder todo lo que había encontrado, cada vez odiaba más a ese hombre, todo este tiempo vivía engañada y bajo la sombra de un monstruo. Micaela llegó, solo atiné abrazarla y decirle que no me preguntara nada, que la necesitaba, nos dirigimos a mi habitación y me ayudó en la revisión y redacción de expedientes, yo estaba a un costado sentada en la cama, con la mirada hacia abajo, de reojo veía a Micaela, también me estaba mirando con cara de preocupación, esa noche fue fatal, apagué mi celular para que Martín no siguiera llamándome y evitar que Micaela haga algún tipo de pregunta, esa noche no podía dormir, soñé con todas las mujeres asesinadas, las pastillas que había tomado para dormir, no hacían efecto en lo absoluto.
Al amanecer, habiendo dormido una o dos horas, Micaela aún seguía dormida, bajé a prepararme una taza de café, mi padre mientras cortaba su pan, me dijo: « ¡Hija, te quiero! » mi madre me sonrió, les devolví la sonrisa. Fui a cambiarme, dejé a Micaela, me había ayudado bastante que merecía un descanso, era tarde tenía que ir a la dependencia policial, salí junto a mis padres que fueron hacer las compras para la semana. En el camino me iba pensando que debería hacer, « ¿Acusar a Martín? », o solo dejar todo como estaba, en el trascurso del camino, Martín seguía mandando mensajes, no quería saber nada de él, la rabia me consumía, pensaba en cada víctima, tenía que hacer algo, me puse a pensar en el grito del inspector Guzmán, no podía dejar las cosas así, ese desgraciado tenía que pagar por sus acciones. Inmediatamente, abro el chat de Martín, diciéndole que vaya a la casa, le iba a tender una trampa, no sabe lo que le esperaba, él acepto, me comuniqué con el mayor de la jefatura, para que organice rápidamente un despliegue policial a las afueras de mi casa explicándole todo lo que sabía, llamé a Micaela, para avisarle lo sucedido y que tome las precauciones posibles, esa persona que durante tanto tiempo fue mi esposo, mi amigo, se convirtió en un abrir y cerrar de ojos en mi enemigo y estaba en la mira, no tenía escapatoria.
Todo estaba saliendo de la manera correcta, antes de alcanzar a mis compañeros tuve que ir a dejar los expedientes al Ministerio. El escuadrón policial estaba preparado en cada punto, Martín, supuse que ya estaba por llegar, mis padres estaban fuera de casa, traté de llamar a mi papá, pero no me contestó, imaginé que estaba ocupado ayudando con las bolsas a mi madre, tan solo me preocupaba Micaela, pero confiaba en todo el operativo, ese hombre iba a pagar caro las consecuencias. Doy aviso a un agente para que encienda la camioneta y poder alcanzar a los compañeros, en la radio del patrullero se escuchaba como se movía el operativo, hasta que llegué a oír un disparo, « ¡Ha caído! », se escuchaba en símbolo de victoria por parte de mis compañeros, en ese momento, mi corazón se aceleró a más no poder, pero me mostraba serena, tan solo me ponía a pensar en todas las víctimas, nos estacionamos a una cuadra de mi casa, estaba cerrada la calle, sin pensarlo bajé y a paso acelerado fui al encuentro de Micaela y ese infeliz, el montón de personas viendo el suceso no me dejaba adentrarme hacia mi hogar, algunos decían, «¡hay un muerto! » , salían los policías de mi casa, uno que otro compañero me miraba y agachaba la cabeza en cuestión de segundos, me quedo mirando de frente a la puerta, sale la camilla con el cuerpo tapado de pies a cabeza y lo dejan a mi costado, me quedé inmóvil, volteé para destapar y verle la cara, pero regresé a mirar la puerta, era Micaela llorando y con algunos moretones en el rostro, con ella venía Martín ayudándola a caminar, no podía despegarle la mirada, no sabia que estaba pasando, todo era confuso, regresé mi mirada hacia la camilla, levanté la manta blanca, era mi padre.