Los niños llegaron,
muy alegres, al jardín;
para todos,
las vacaciones terminaron,
pero no para Martín;
el niño que vivía
muy alegre con su abuelo,
un anciano que tenía
la barba recargada
y en la cabellera soleada,
escaso el blanco pelo;
pero qué lindo cantaba
con su voz cansada,
con su voz de cielo.
– Maestra querida,
¿por qué no viene Martín? –
en cualquier momento
los niños preguntaban.
– Lo siento,
él ya no vendrá al jardín,
despidieron a su abuelo
de donde trabajaba –
con palabras doloridas,
la maestra respondía sin consuelo
– ¿Martín no pudo comprar
útiles y materiales
para venir a estudiar? –
los niños empezaron a preguntar
con miradas celestiales.
– ¡Ay, pequeñitos! –
la maestra suspiró
como envuelta
en un dolor,
– saquen
sus pañuelitos,
la música empezó.
Aquel día
bailaron muchos huaynitos;
pero faltó la alegría
que les daba Martincito;
un niño encantador,
quien nunca peleaba,
no arrancaba ni una flor,
y jamás
la fruta le alcanzaba
al compartirla con los demás
en el salón;
era el latido más tierno
del aula “Corazón”
con razón
no había invierno
en ese cálido salón,
pero el día
que Martín faltó
el aula estaba fría
aunque radiante
brillaba el sol.
Una mañana
los niños llegaron
con sus madres,
con sus padres;
las señoras, los señores,
en la puerta se quedaron,
por sus niños se enteraron
que lo de Martín
no eran rumores
– ¿Qué pasó queridos padres? –
con dulzura preguntó,
acercándose a la puerta,
encantadora la maestra.
De todo corazón
una madre respondió:
– Los niños quieren ayudar,
desean que Martincito
venga a estudiar,
dicen que si Martín
no vuelve al salón,
para ellos no será tan bonito
estar en el jardín.
– ¡Ay, mis pequeñitos! –
con alegría,
la maestra suspiró
– ¿Cómo no quererlos
más cada día,
mis tiernos angelitos
con enorme corazón!
– Muy a prisa nos reunimos
cuando llegamos al jardín,
a una voz decidimos
que el pequeño Martín
mañana vuelva a estudiar,
de sus materiales necesarios
nos vamos a encargar… -,
un gorjeo de canarios
interrumpió a aquel papá.
– No se diga más –
la maestra sonrió
– ustedes, los materiales,
la matrícula la pago yo;
si los niños quieren ayudar,
ese gran anhelo de los niños
hay que hacerlo realidad.
Y tal como acordaron
así mismo sucedió,
muy temprano
al otro día
Martincito regresó;
cuando llegaron los demás,
se encontraron
con su dulce voz
dando “buenos días”
tan buenos como el día
que de ellos recibió.
(Libro: “Cuentos en verso”)